Javier Usabiaga - La pasión por la tierra
Actualizado: 24 ene 2021
- ¿Fumas?
- No gracias: no fumo.
-Café …
-No, gracias.
Es lo primero que realiza Javier Usabiaga al sentarse en su despacho de la Sección Agricultura: ofrecer y prender uno de tantos cigarrillos delante de una taza de cargado café.
¿Es cierto que eres perfeccionista en tu trabajo?
Pues en lo que a mí me gusta sí, pero soy muy atolondrado para lo demás.
¿Y qué es lo que te gusta?
Me gusta mucho mi trabajo; me encanta el campo, pero soy un desastre al organizar mi vida, soy un atolondrado porque a mis hijos no les he dado tiempo, ni a mí mismo.
Carraspea, respondiendo y dejando entrever desde un principio que es incapaz de entregarse a la pereza, pero no de conseguir todo lo que quiere a base de trabajo continuo.
Me dicen que eres muy exigente ¿Por qué?
A mí “me cayó muy pronto el veinte” de que, como ya no iba a estudiar, tenía que trabajar mucho más que quienes tenían una profesión y habían aprendido a organizar su vida y su trabajo. A esa otra gente, que tiene conocimientos académicos, le lleva la mitad del tiempo de lo que a mí me lleva hacer las cosas. Por eso soy tan exigente conmigo mismo: por mi limitación. O será a lo mejor, que me metieron en la cabeza que sólo iban a ser brillantes los que habían estudiado; luego la vida me dio la razón de que no era cierto.
Sin embargo, estudiaste una carrera técnica y, cuando te fuiste a Canadá en 1956 a los 17 años te dedicaste a las vacas y al campo.
Allá me fui a trabajar y me consiguieron chamba con unos compadres. El nivel cultural y capacitación de Canadá es muy alto; las carreras técnicas, las universidades, sobre todo en el área agropecuaria… todo el desarrollo estaba basado en el área agropecuaria y en todas las nuevas tecnologías que hay sobre la evolución animal.
Cuando regresaste, ¿qué trajiste contigo?
Una disciplina de trabajo. -Sin detenerse Usabiaga vuelve a prender otro cigarro- De ahí tomé las ideas en el ramo ganadero, porque la agricultura en Canadá era en aquel entonces muy incipiente y realmente no existía un gran consumo de cereales. Un país de diez millones de habitantes, lo que consumía lo sembraban alrededor de la casa.
Una disciplina que, sin embargo, Ángel Usabiaga tu padre y tu abuelo Luis Usabiaga ya la tenían.
Sí, mi papá era un hombre muy trabajador; a mi abuelo lo conocí siendo yo muy chiquillo, cuando tenía cinco años. El empezó con el rancho; luego, mi papá siguió con él hasta cuando murió; yo quedé al frente.
¿Por qué te empeñas tanto en el campo? ¿Qué es lo que te atrae?
El trabajo en el campo es una actividad donde realmente puedes reflejar tu voluntad, tu tenacidad; en las otras actividades también haces algo, pero acá todos los días inventas o haces algo nuevo; hoy llueve y mañana tienes que actuar totalmente diferente a como lo tenías planeado; hoy no llueve y tienes que actuar de manera diferente.
Pero, ¿qué haces con un país que no tiene educación para administrar el agua?
El problema del país es un problema que se tiene que resolver, yo no digo que México sea un muy mal usuario del agua. En la ciudad de Celaya había un sistema de agua que se desbarató para resolver los problemas sociales y en otros estados pasó lo mismo, aunque tenían recursos naturales y sí sabían administrar el agua.
Este proceso ha seguido dando al traste al agua con las medidas que se toman porque no hemos encontrado la solución para diversificar el ingreso de la sociedad.
Anteriormente el 50% de la población que se dedicaba al campo seguía esperando soluciones; pero sus necesidades eran mucho menores que las que tiene el campo hoy en día. Actualmente en este país hay más de cien millones de habitantes; entonces, no es que no haya agua, lo que pasa es que ese líquido debió haber sido administrado cautelosamente.
Sucede que éste es un país maravilloso; en su gente, pródigo en tierras, en agua, en climas; pero, ¿qué pasa cuando se da la repartición de tierras, cuando se dan invasiones, cuando una gran cantidad de mexicanos se suman al bracerismo?
Es que no tienen oportunidades; no hemos podido desarrollar para ellos otra oportunidad. -contesta cigarro en mano-. La economía rural tiene compromisos muy duros con el mercado; ahí tienes las Sabritas, el pan Bimbo… Todos los niños tienen que llevarse cinco pesos a la escuela, todo mundo tiene que pagar. Todas esas cosas no existían; anteriormente se usaban otros métodos en las escuelas (aunque muy deficientes) pero no había una demanda tal del mercado hacia la sociedad. El vestido era dos piezas de manta: el calzón y el patio para el señor y la nagua para la señora, y a los chiquillos igual, con un par de huaraches. Y ahora se usa la tlapalería en las muchachas. Ellas se quieren parecer a la que sale en televisión y quieren jeans de marca; ahí es donde está el rompimiento actual de la economía rural. Esta economía rural no puede ayudar a la gente si no ofrece satisfactores; de ahí nace la idea de cambiar, de que pudiera dársele permanencia al empleo los 365 días del año, de crear la ganadería, de aprovechar la demanda de mano de obra para los cultivos. Así empiezan las muchachas a requerir trabajo, ellas hacen los empaques, así nace la fábrica, y de ahí nace todo.
Javier, ¿y como Secretario de Agricultura cuál sería la solución?
Yo sigo insistiendo que ése es el camino; no encuentro otro. No es lo mismo vender un kilo de trigo a $1.40 o a $1.50 el valor agregado que se le tiene que dar a los productos del campo es lo que va a resolver, en corto plazo, las demandas de ingreso de la sociedad. Después tiene que venir el otro proceso, el educativo; en el rancho, de todos los que se graduaron de una carrera, únicamente uno de ellos vive allá; todos los demás viven en las ciudades, aunque trabajen en las empresas o transportes o en otros giros. Estos tienen ingresos considerables, con un nivel distinto al de los que sólo tienen acceso a la preparatoria, mira. Acabo de llegar de una gira por una zona donde están sembrando maíz y ahí “ya les cayó el veinte”. Sólo necesitan perfeccionarse en los procesos: aprender a regar, tener las plantas limpias y ver qué se requiere para acceder al mercado. Tienen unas peritas -yo les llamo peras de Corpus porque en la Sierra de Guanajuato únicamente se dan para el jueves de Corpus-, esas peras son las que conocemos, pero el público -cuando ve que son más chicas en comparación con las americanas, que son más grandes y brillosas- prefiere las americanas; y sólo hay dos caminos: o nos posicionamos en el gusto de consumir mexicano -y eso que el producto cueste- o cambiamos el control de cultivo. Te digo que el acceso al mercado es lo que va a ayudar a la gente. El que ahorita vende la caja de peras a diez, quince o veinte pesos tendrá que desarrollar este proceso para poder venderla a quinientos. El tiempo está en contra de nosotros, pero si no empezamos hoy, ¿cuándo acabamos?
¿Vas a alcanzar a acabar en seis años?
No. -Define soltando el humo de su boca, mientras una mano deja silenciosamente junto a la grabadora de su equipo de prensa, una cajetilla más-.
¿Qué pasará – como se ha visto- si lo que tú iniciaste, inmediatamente cambia?
Mira, el cambio que este país está esperando es que ya no vivamos en función de planes sexenales, sino que lo veamos como un proyecto a futuro. En el campo nunca ha habido una política a largo plazo. Yo creo que lo que necesitamos es posicionar el esfuerzo de los programas para que los campesinos ya no permitan que se les carguen las modalidades de los seis años.
Te diría que eso es válido y se puede hacer; ya no es un proceso que dependa del gobierno, es un proceso de ustedes.
¿La gente del campo lo entiende?
Yo creo que sí, pero eso no lo puedo decir porque hay veces que ni la mujer de uno lo entiende (reímos). -Usabiaga prosigue hablando y sonriendo entre dientes. - Yo creo que uno se puede ganar el respeto de la gente y para mí el respeto está muy emparentado con el cariño.
Cuando tú respetas a una persona, en el interior la tienes que apreciar, porque cuando no la respetas, en el interior la detestas; y yo a lo que aspiro es a que la gente me respete y respete mis ideas. Además, creo que tengo una ventaja: no tengo un monopolio, sé escuchar, aunque me desespero muchas veces porque no me entienden; pero no son mis ideas, son las ideas de todos. Yo diría que muchas de las políticas de éxito que se han implantado nacen precisamente de los productores.”
Tú te hiciste en la agricultura. ¿Cuál fue la razón por la cual empezaste a trabajar en la política en Guanajuato?
Fue por creer en una persona que tenía ideales muy superiores a los que yo hubiera podido aspirar. Yo he tratado de ayudar en una forma o en otra, pero ya meterse en todo este embrollo, pues era otro boleto.
Lo que me llevó a esto fue que la persona que me lo propuso es alguien que me tenía convencido de sus buenas intenciones y de su proyecto a largo plazo para cambiar al país. Yo siempre he sostenido que de nada sirve que les echemos la culpa de todos nuestros errores a nuestros hijos -y los hombres somos muy afectos a ello-, pues si hacemos todo esto por ellos, ¿de qué nos sirve darles una herencia inútil? Sobre todo, en mi caso, dejar a tres de mis hijos en la actividad agrícola, cuando no van a poder desarrollar esa actividad a largo plazo…
¿Todo eso lo haces por ellos o lo haces por ti?
Lo hago por ellos; pues yo nunca pensé estar sentado aquí, en la Secretaría de Agricultura.
¿Hoy cómo te sientes como Secretario?
Me siento exactamente igual. Yo digo que estos puestos no son más que al fin y al cabo una gran responsabilidad y lo que te rodea es una mojiganga. Yo a los compañeros les digo que lo que hemos tratado de quitar aquí -no solamente yo, sino que es el estilo del señor Presidente- es la figura del Secretario omnipotente que había antes. Hace poco tuvimos una reunión con una delegación de Morelos; yo te garantizo que ahí hay personas que tienen cuarenta años trabajando y nunca habían visto a un Secretario así, que les diera la mano; se dieron cuenta de que somos compañeros de trabajo.
¿Y eso qué te hace sentir?
Eso me da mucha satisfacción. Entre las frases de los políticos algunas me han impactado mucho, además de la imitación de Vicente. Durante la campaña de Luis Donaldo Colosio me impresionó con un discurso que dio un miércoles 16 de marzo (de 1994), porque fue el único discurso político que yo he visto con menos demagogia. Me dije: ¿qué le va a quedar a este pobre? Los otros, como sea, ya tienen espolones para defenderse.
¿En qué cambia ser prepotente?
Tu forma de hablar, el tutearme, me abre las puertas para que yo pueda platicar con toda naturalidad; no tengo que fingir. Yo pienso que si me encuentro a un productor y le digo. “¡Quihúbole, mano!, ¿Cómo estás?”, pues el señor va a decir lo que siente y no va a estar pensando en cómo decírmelo o en tener que decir lo que no quiere.
Entonces, ¿es más importante tu actitud hacia los demás que la actitud de los demás hacia ti?
Es que tú das oportunidades según como trates a la gente y eso es lo que te abre el trato con las personas.
Quieres ser un secretario humano, pero la estructura de la Secretaría está hecha en pirámide.
Es obvio que este hombre vive alejado del tradicional manejo del verbo político cuando responde:
“Lo que es de bajada, es de subida; eso cuesta mucho. Yo les decía en Guanajuato que hay dos formas de desayunarse: una es con las pastillas de la humildad, y la otra, con la pastilla de la soberbia; les decía que siempre se echaban dos de soberbia y nunca se tomaban de humildad”.
¿Y tú cuál te tomas?
Yo no necesito tomar pastillas, de ninguna, porque ya estoy muy hecho a eso de ser sencillo y humilde, a aceptar mis errores, a escuchar y aprender de los demás, a darle el valor a las opiniones de otras personas.
Al principio decías que te gustaba el campo por lo que ofrece, por la creatividad del quehacer diario; sin embargo, el reto que tienes es muy fuerte; aquí lo que te rodea es una extensión enorme de problemas. Entre otras, la reestructuración de Banrural, y según “Proceso”: las protestas por la importación de: aceites, grasas, leche en polvo, maíz, arroz, frijol, piña, sorgo, flores, manzanas y café.
Una gran extensión de intereses de improductividad, de desorden, de falta de estrategias, de políticas equivocadas. No con mi actitud personal va a cambiar el país; lo que va a hacer que este país cambie es la toma de actitudes propositivas, sobre todo que las políticas públicas de alto impacto nacional lleguen a un complemento. Mi papá decía que la agricultura había sobrevivido en México gracias a que el Secretario de Agricultura era la secretaría rural, y cuando estaban bien cansados, cuando chambeaban todo el año -de Días Ordaz para atrás- y cuando la gente del gobierno chambeaba, no tomaba las decisiones aisladamente.
O sea que te tocó bailar con la más fea…
Yo creo que hay dos grandes retos que hay que solucionar en este país: uno es el aspecto estructural, de seguridad, el otro es el aspecto del entorno; eso tiene una consecuencia lógica; tiene una razón de ser. No se dio por la regla de tres, se dio por la presión que tiene este país por la suciedad en relación a recursos sanitarios que es mucho mayor en las áreas rurales que en las áreas urbanas. Porque estás ensuciando el agua, aunque todo lo que ensucias se limpia, cuesta más, cuesta menos. El ejemplo que yo les pongo es: si se te ensucia la camiseta te cuesta quince centavos: con tres talladas ya la dejaste limpia; si se te ensucia el abrigo de mink, te cuesta como siete mil pesos mandarlo a la tintorería. Es lo mismo.
¿Cuánto crees que cuesta recuperar nuestro entorno?
Eso no es tan caro; lo que no se puede hacer es seguir teniendo bombas atómicas. La contaminación no es tan grave, con un jabón la limpias en dos patadas.
Pero a la hora en que le metes jabón, sangre, azúcar y todo lo que le metes al agua… haces una verdadera bomba atómica, que es lo mismo que le pasa al aire.
Cuántas veces hemos andado en el campo para arriba y para abajo… en los ríos; yo me acuerdo haberles inflado a mis nietos aquellos globos que hacíamos de papel, los inflábamos con el escape de los coches.
Javier, si tuvieras que volver a empezar con un pedazo de tierra, ¿qué sembrarías ahorita, con tu experiencia?
Lo que me dejara dinero. -Declara al momento, cruzando sus piernas enfundadas en pantalones gris Topeka y botas negras-. Te voy a decir lo que me decía mi papá: “Tú puedes sembrar lo que tú quieras, pero nunca siembres lo que no sepas vender”. Cuando nosotros supimos del brócoli, ni lo sabíamos sembrar ni vender, ni lo sabíamos congelar ni cosechar, en nuestra vida habíamos visto una planta de brócoli. A los seis años, cuando se empezó a establecer el cultivo, no solamente aprendimos a sembrar, sino que hasta aprendimos a congelar.
Yo me pregunto entonces, ¿por qué ha de ser el gobierno el que sea el responsable de la desgracia en el cultivo?
Hay muchos compañeros que por equis razones no quisieron tomar el riesgo. Lo que yo hice fue tomar mucho más riesgo; ellos prefirieron un camino mucho más seguro, un mercado con precios de garantía, donde sabías cuánto ibas a ganar, donde tu crecimiento era grandísimo… Tenías insumos para la agricultura a precios preestablecidos, subsidios en la energía eléctrica y el agua; cuando se rompió esta estructura de subsidios y se accedió al mercado, no se crearon ese paso para que el productor se fuera apropiando de los procesos. Hay que abrirlos a una competencia en la que estamos trabajando, donde se prevén los puntos de venta y los precios promedio al productor, al mayoreo y al menudeo, que son los porcentajes que se crean para cada uno de ellos.
¿Sabes tú que estos porcentajes en los Estados Unidos se llevan por ley al Departamento de Agricultura desde 1922? Ahora nosotros estamos haciendo el primer ensayo. A través de la información, de la delimitación, del acceso al mercado. ¿Cómo le enseñas a un productor de papas que no es que las papas estén baratas, sino que no las saben vender? ”¿Cómo que las papas están a $3.26, si las están dando a seis pesos? Es que son unos ladrones los coyotes.”
Oye, vete tú a venderlas, profesionalízate, organízate para vender; el consumidor ahí está.
Lo que estás organizando es una serie de estrategias para que los agricultores puedan conocerlas y hacérselas llegar.
Conocerlas y usarlas. Nosotros no queremos convertirnos en los nuevos rectores; nuestro papel es decirles qué hay, dónde hay, cuál es el mercado, cómo puede acceder a él; educarlos, capacitarlos, darles los instrumentos; pero ir a vender las papas va a ser obligación del productor. ¿Cómo le vamos a hacer? No me preguntes, pero lo vamos a hacer.
¿Te apasiona todo esto?
Sí, hasta el día en que me muera.
Fumando y tomando café.
Hierba mala nunca muere…
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