Enrique Aranda Guedea - No se enojen los dos al mismo tiempo
Actualizado: 14 ene 2021
En una boda civil, el silencio se implantaba. Los novios y testigos esperaban las palabras del compromiso que se iba a adquirir firmando un papel que el Ing. Enrique Aranda con su alargada figura, ajustándose sus lentes gruesos sobre sus sienes blancas, se disponía a leer dando formalidad al momento.
Hoy el propio Don Enrique, dejando a un lado el bastón con punta de plata, a la vez que arregla su chaleco, comienza a describir con un desenfado pícaro, recuerdos que compartimos la mayor parte riendo.
SEÑORA, APECHUGUE A SU MARIDO...
LM.- Don Enrique, ¿Cuál es el compromiso de un Juez del Registro Civil?
EA. - Mire usted, yo siempre vi la cosa como un sentimiento personal, pero el licenciado Ayala, Q.E.P.D., que fue mi antecesor, era enemigo jurado de la cartilla de Melchor Ocampo. Decía que era una aberración, porque Don Melchor no fue casado "¿Cómo, decía, un solterón se pone a hacer una ley sobre algo que no le constó? Se puso a jugar canicas con la pared" Pero... tuvo muchas mujeres, y eso en un hombre joven no deja de ser cierta cualidad, en lugar de considerarse como un pecado.
Esto, pues, lo tenía a su favor. Aunque el Lic. Ayala nunca leía la cartilla, les decía a los recién casados: "Ustedes no se fíen de este cartelón. Se los voy a dar y se los voy a firmar, pero, usted, señora, va a tener que apechugar con su marido, sea bueno, sea mediocre o sea malo; usted es su mujer. Y usted, fulano de tal, tiene que aguantar lo que tiene que pasar". Así les hablaba él; era muy chistoso. En mi caso, yo sí leía la cartilla, porque me parecía que estaba muy bien hecha, y estudiada. A los jóvenes que me preguntaban, les decía: "Miren, mi consejo es muy sencillo: No se enojen los dos al mismo tiempo.
Si la señora está enojada, que el señor coja su sombrero y se vaya a su despacho, y deje que se le baje el coraje a su esposa. Y luego ya pueden hablar y entenderse.
Pero a la hora de empezar a aventarse los platos, pues el que los avienta más recio es el que gana".
(Reímos).
SIETE PESOS POR UN LARGO REHÉN
El eje del humor del Ing. Aranda radica precisamente en esa cierta extrañeza o perplejidad que manifiesta hacia su persona. Como si al hablar de sí, estuviera hablando al mismo tiempo de alguien a quien vagamente conoce.
EA. - ¿Sabe usted que yo valgo siete pesos? -Me dice seriamente.
LM.- ¿Siete pesos, Don Enrique?
EA. - Mire, le voy a platicar por qué. En la época de los cristeros, nosotros habíamos abandonado un rancho que teníamos a doce kilómetros de aquí, camino a Lagos, llamado "Lagunillas". En el año 29, que fue cuando terminó la rebelión cristera, se decretó una amnistía y los rebeldes empezaron a irse a sus casas. Entonces Archibaldo mi hermano y yo fuimos a Lagunillas en compañía de un primo mío y de uno o dos mozos. Cuando entrábamos a las caballerizas, nos salen seis u ocho cristeros, ensombrerados, bigotudos, con sus cananas por todos lados, y nos preguntaron: ¿Quiénes son ustedes?"
"Pues dicen que somos los dueños del rancho"; contestamos.
Entonces nos llevaron a ver a su jefe, que en ese momento almorzaba con uno de los caporales del rancho. Hablaron a solas. Nosotros Estábamos seguros de que no lo contaríamos.
De pronto, el jefe determina:
"Nos llevamos a los señores en garantía hasta que nos consigan dinero", le dijo al mayordomo.
Y éste, ni tardo ni perezoso, se fue a conseguir dinero a las rancherías cercanas, y juntó veintiocho pesos. Por lo que nos soltaron a Archibaldo, mi hermano, a mi primo Pedro Gaona, a un mozo y a mí. De manera que le puedo asegurar que desde entonces ya me considero que valgo exactamente siete pesos. (Risas).
LM.- Oiga, es el rescate más barato que he oído.
EA. · Hágame el favor. Por siete pesos me soltó el cuate ése. Claro que estamos hablando de hace 50 años y entonces el dinero valía mucho más, pero de todos modos es muy poco por un rehén tan largo como yo...
LOS ROJOS Y LOS VERDES
LM.· ¿Cuándo le empieza la inquietud en el aspecto político que le lleva a usted ser Presidente Municipal?
EA. - Bueno, fue una verdadera casualidad, porque yo en el año de 34 era muy amigo del Gobernador de entonces, que se llamaba Don Melchor Ortega. El me hizo regidor del Ayuntamiento aquí en León, siendo presidente municipal Don Pascual Urtaza. Esta fue mi primera experiencia política.
Y me picó el gusanito y empecé a moverme en ese terreno. En el 35 llegó de gobernador Don Luis Rodríguez, que también era muy amigo mío, y me hizo tesorero municipal en 37. Luego entró de presidente municipal Antonio Madrazo, y fui su secretario dos años. Después estuve en una pelea política. Por cierto, mi contrincante -nunca mi enemigo, porque siempre fuimos buenos amigos- fue su abuelo Don Guillermo Vera. Pero nosotros íbamos contra el gobierno, y la llevamos de perder.
LM.- ¿Usted era de "Los Rojos"?
EA.- Sí, y Don Guillermo era de los verdes, apoyado por Fernández Martínez. Total, que la perdí a la brava, y entonces me quedé en muy mala situación, porque yo no era hombre de dinero. Naturalmente, acabando yo de salir de la cosa política, pues ni quién le diga a uno vente a barrer la calle de mi casa (risas); le agarran a uno miedo. Me fui a México. Un día vendía yo máquinas de escribir y otro día vendía mancuernillas.
Vivía yo en una buhardilla en un edificio de judíos. Me cobraban treinta y cinco pesos mensuales, y tenía que subir seis pisos para llegar a mi cuarto. Comía en un restaurant de chinos, y la comida me costaba 75 centavos.
Entonces fui a buscar a Nacho García Téllez, que era Ministro del Trabajo; Nacho era de aquí de León y muy amigo mío. Nos hablábamos de tú y todo. Estuve tres meses con él, pero no me gustó. La burocracia en México es una cosa horrible... Después estuve una temporada trabajando en Acapulco y en la capital en la hotelería.
-Se interrumpe tomando algunos sorbos de café-.
UN SANTO EL GOBERNADOR
LM.- ¿Y entonces por qué abandona usted la hotelería?
EA. - Porque cuando el licenciado Aguilar y Maya llega a Gobernador de Guanajuato, me manda a Luis Ernesto mi hermano y a Hernández Delgado para ofrecerme la Presidencia Municipal. Hacía 10 años que yo había jugado apoyando al Lic. Aguilar y Maya y cómo nos pagaron, el Lic. me dijo:
"Tengo esta deuda contigo y te voy a pagar con la Presidencia". ¡Pácatelas!,
Presidente. Municipal. Mi trienio fue de 52 a 54.
LM.· ¿Y qué hace después?
EA. - En el año 55, me invitó el candidato a Gobernador Rodríguez Gaona a trabajar con él en la Secretaría Particular, y ahí estuve seis años. El Dr. no debería haber sido Gobernador, debería haber sido santo. Es un alma de Dios, un hombre lleno de buenas intenciones.
Con lo poco que tenía hacía milagros. Dejó 14 hospitales, hizo la Central Camionera de Guanajuato, la carretera a Dolores Hidalgo y a San Francisco... -Alguna tos seca interfiere su relato. – Después fui diputado federal, del 61 al 64, luego diputado local, con Manuel M. Moreno, que había sido compañero mío en la Cámara Federal. En el 72 me dieron la chamba de Juez del Registro Civil.
Yo ganaba 912 pesos al mes. Ahí duré diez años, porque Manuel un día que me quejé, me dijo: "A ti nada más te gustan las maduras, y no te gustan las verdes". Y yo le respondí: "Mira, Gordo, voy a seguir en el puesto nomás porque se trata de ti". (Ríe una vez más, recordando, recordando).
LM.- Don Enrique, ¿Qué le pediría a la vida?
EA. - Nada. Yo diría como Amado Nervo: "Vida, nada me debes; vida, estamos en paz”. Porque soy un hombre que ha recibido más de lo que merece, de los amigos, de los parientes, de todo. Yo me siento obligado hacia la gente; no su acreedor, sino su deudor.
-Medita-. A la vida le pediría que me perdonara por tantas tarugadas que he hecho. Es la verdad.
Es hora de dejar a Don Enrique, un hombre que basó su carrera política y su vida misma en la amistad y el sentido del humor.
21 Febrero/1988
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