top of page
Foto del escritorLuz Marcela Vera

Roberto Suarez - Una biografía política

Actualizado: 24 ene 2021


“Todo mundo hace su historia. Lo interesante es a quién le puede importar tu historia: a un amigo, a un pariente cercano… pero fuera de ese círculo muy íntimo es difícil que la gente se interese y creo que la política es un tema muy amplio, muy interesante, y la historia de la política es la que conforma nuestra política actual”.

… estas son las primeras palabras de Roberto Suáres Nieto, a quien le molestan los excesos; hombre de sentido práctico y auténtica cordura que medita sobre su vida y su carrera política:

“Yo dedicaba el cien por ciento de mi tiempo a hacer empresas; no había más que negro o blanco; tenía que tener mis reglas muy fijas. Que cada persona que trabajaba ahí rindiera adecuadamente para el bienestar de la empresa; la caridad y la filantropía deben manejarse aparte de la empresa, completamente fuera de ella, aun cuando se utilicen los recursos de la misma, pues es válido dedicar un porcentaje de las utilidades a la filantropía, pero no usar a la empresa para ese fin. Si ejerces la caridad en la empresa lo que haces es perjudicarla”.


Veinte años de ser próspero empresario, hoy retirado, y treinta y dos del ejercicio político, también retirado, hicieron de este hombre una persona fiel a sí mismo.


¿Piensas que la figura del empresario tiene una connotación diferente a la del político?

No, yo creo que no. Para mí fue bastante difícil pasar de la empresa a la política; pero una vez que empecé a interesarme en la política empecé a mezclar esas facetas –no mi actividad, puesto que nunca mezclé la actividad empresarial-; lo que hice fue tomar de cada una lo adecuado. Un empresario puede ser un buen presidente municipal o buen gobernador si aplica los principios empresariales para el manejo del dinero.


¿Cómo fue tu ingreso a la política?


A mí me invitaron en aquella época como candidato del PRI a Primer Regido de Celaya; desde luego acepté, aunque no me satisfizo pues a las decisiones del presidente municipal. Cuando me ofrecieron la candidatura a la presidencia municipal la rechacé; no me había gustado la experiencia como regidor. Pero el licenciado Juan José Torres Landa, que me invitó, insistió usando una frase preciosa:

-Mire, ¿usted cree que es buen ciudadano?

-Pues sí.

-Bueno, pues deja de serlo si no acepta este compromiso, puesto que si usted tuvo la oportunidad de servir a su ciudad y no le da la cara, entonces no tiene derecho a criticar nada; lo hará como ciudadano legal, pero no moralmente.

Ante este planteamiento, decidí aceptar el reto de la presidencia municipal, que ha sido la mayor experiencia que he tenido en mi vida política. De 1967 a 1969. Entonces tenía 37 años. Esa experiencia hizo cambiar mi manera de pensar. Pude dedicarme a ayudar a los barrios pobres de Celaya; a la gente de la zona rural, llevándoles agua potable, electrificación, escuelas, caminos; era magnífico porque se cambiaba la vida de una comunidad rural que hasta entonces estaba aislada. Celaya, en aquel entonces, tenía unos ciento veinte o ciento cuarenta mil habitantes, o sea, la tercera parte de la población actual. Torres Landa y (su sucesor) don Manuel M. Moreno me dieron un alto grado de autonomía.

Ellos nunca ofrecieron ningún subsidio a la ciudad, pero me permitieron, sin ningún celo, -algo que en aquel entonces no se usaba- ir ante las autoridades federales combinando “participación municipal y federal”. Así pudimos hacer escuelas y sistemas de agua potable. Ya en la presidencia, para empezar cambié el horario pues sólo se trabajaba en las mañanas. La gente lo entendió. Redujimos el personal sin hacer despidos y fuimos dividiendo el trabajo al estilo empresarial, haciendo una ingeniería de administración lo que favoreció el ahorro. Después ante el raquítico presupuesto de mi municipio, ni yo ni mi esposa Lupita, que estaba a cargo del DIF, cobramos ni un centavo de sueldo.

También vendí los dos vehículos de la presidencia; nosotros usábamos nuestros vehículos particulares, con eso hice una escuela. Yo iba a México constantemente y nunca pasé una cuenta de gastos. Teníamos actividades sociales: en ese tiempo no había restoranes en Celaya, y todas las actividades sociales se hacían en casa, pero pagadas por mí. Tuve la suerte de contar con Enrique Nieto Gómez como director de obras públicas; él tampoco cobró viáticos ni nada; ¿por qué íbamos a gravar a la presidencia? Fue un principio que sirvió mucho, pues al conocer mis colaboradores la situación, sabían que había que restringirse, que allí no se iba a tirar el dinero. Eso tuvo un efecto multiplicador. Porque la gente participaba económicamente con mucho gusto.

Luego la clase empresarial celayense ayudaba a la presidencia con recibos de colaboración. Fueron tres años muy bonitos. Hubo un tipo de trato diferente que no se acostumbraba. Yo no hice obras monumentales en Celaya; mi obra fue ayudar a los barrios pobres…


¿Consideras que en esa época Celaya dio un paso importante?


Sí, se puede decir que se creó un espíritu de colaboración y respeto a la autoridad, que persistió durante varios trienios. Logré unificar a todos los sectores de la población; fue muy agradable que al terminar mi mandato como presidente municipal, las cámaras de comercio y los clubes de servicio y todas las organizaciones –que ahora se llaman no gubernamentales- de Celaya se unieron para hacer una fiesta de despedida en el jardín municipal. Una kermés donde hubo puestos de comida que, donde en lugar de venderla, se regalaba a todo mundo.

Es en la biblioteca de su casa, en Celaya, donde se realiza esta entrevista llena de recuerdos, libros y objetos que figuran una riqueza de toda una vida. Ahí también quedan grabadas las palabras de Suárez Nieto.


¿Qué pasó luego de terminar tu período como presidente?


Terminando la presidencia municipal, de inmediato el partido me invitó a ser diputado federal; yo había decidido regresar a mis negocios y dedicarme totalmente a ellos, pero acepté la candidatura. Empezó lo que se convertiría en mi carrera política. En aquel tiempo eran 300 diputados federales, y yo nunca he sido orador. Me fui a vivir a México; eso ocasionó un rompimiento con mi negocio y tuve que venderlo. Yo manejaba una organización propiedad de mi suegro, don Adrián Díaz Córdoba; teníamos como cuarenta tiendas en diferentes partes de la República, pero después me di cuenta de que no podía hacer dos cosas y opté por vender. Me dediqué a la diputación federal de tiempo completo; fueron tres años nada más, pero al final de la diputación tuve un papel muy importante en los trabajos de comisiones de la cámara; yo era amigo del líder, Luis H. Ducoing. De ahí Luis salió para convertirse en candidato al gobierno del estado y yo vine a toda su campaña… me pidió que hiciera la campaña como diputado local en el entendido de que yo no iba a quedarme en ella porque él me necesitaba en el gabinete; así es que a los dos o tres meses de su toma de posesión pedí licencia de la diputación y empecé a trabajar con un cargo que ya no existe ahora pero que me dio el ex presidente Luis Echeverría: coordinador de todos los delegados federales. Era un papel muy importante que dependía directamente de la Secretaría de Presidencia. Yo tenía acuerdos cuando menos una o dos veces al mes con Hugo Cervantes del Río, que era el secretario de la presidencia, porque allí se manejaba todo el presupuesto de egresos y de obras. Ya había terminado como diputado federal y únicamente fui diputado local durante tres meses; pedí licencia, y el licenciado Echeverría vino a Guanajuato a darme posesión personal del cargo vocal en el comité pro desarrollo de Guanajuato.


¿Esto sólo se dio en Guanajuato?


No, cuando yo entré Guanajuato era el tercer estado, y llegó a haber 15 estados con esos comités, que eran una coordinación de todos los delegados federales, un puesto de mucha responsabilidad, de demasiado poder para quien quisiera usarlo mal; era la coordinación de todas las dependencias federales…

¿Cuánto duraste ahí?


No duré mucho tiempo –contesta discretamente con su voz aguda y ligeramente quebrada-. Tuve una diferencia de opinión con Luis H. Ducoing; después de unos ocho meses me retiré a lo que parecía que iba a ser mi retiro definitivo de la política. Empecé otra vez en los negocios y luego me volvió a llamar el gobernador para pedirme que me hiciera cargo de la secretaría de obras públicas y desarrollo urbano de Guanajuato. Me encargué de ella pero no hasta el final del sexenio; me quedaba un año para dedicarme a hacer una precampaña abierta para ser el candidato del PRI al gobierno del estado.


Roberto, ¿fue esta una parte álgida de la historia en el partido del PRI?


Sí, yo decidí que quería buscar la candidatura para gobernador de Guanajuato, consciente de que había muy pocas probabilidades para ello, pero estimulado primero por las palabras del presidente Portillo que hablaba de una reforma política y de democratización del partido.

Hay que tomar en cuenta que la oposición comenzaba a moverse en Guanajuato: el PAN empezaba a tener fuerza; el primer candidato fue Juan Manuel López Sanabria (que después fue mi consuegro). Estaban los diputados a los que no llamaban (como hoy) plurinominales, sino diputados de partido; el PAN ya tenía varios diputados de partido; se iniciaba la apertura. La aceptación que tuvo, sobre todo en el eje industrial de Guanajuato –León, Celaya- y el respaldo como candidato de mi partido, fue debido al gran deseo de la gente que ya no se repitiera el tradicional dedazo de parte del presidente de la república, que ocasionaba que vinieran al estado gobernadores que no estaban siquiera arraigados. Yo cometí el error o falta de experiencia –responde con sus ojos color azul pálido- de dedicarme únicamente a la opinión pública del estado de Guanajuato, sin que esto impidiera que yo fuera con frecuencia a la dirigencia nacional del partido a informarle de lo que estaba haciendo…, igualmente a la secretaría de gobernación, donde me decían que no estaban de acuerdo, que no contaba con su apoyo. En el partido nunca me engañaron.

Suárez Nieto es hombre de ideas claras que cuenta sus memorias con gran naturalidad, casi como si les restara importancia. ¿Presupones que el PRI hubiera tenido un cambio si no se hubiera cerrado de ese modo?

Claro. Creo que hubiera cambiado definitivamente la situación. Yo sentía la seguridad (aun cuando estuve equivocado) de que si bien no sería yo el candidato, podrían designar a algún guanajuatense.

Yo le veía muchas posibilidades a Roberto Plascencia porque él como presidente municipal de León en ese momento era una carta muy natural si se buscaba cambiar la actitud del partido. Y desde luego, si a mí desde el DF me hubieran pedido que apoyara a Plascencia lo habría hecho con mucho gusto.

Guanajuato se moviliza. Se imprimen cientos de miles de cartas que se reparten en todo el estado, en las que Roberto Suárez daba las razones de lo que estaba haciendo; expresando su lealtad al partido y donde textualmente decía que en el momento en que el partido tomara una decisión diferente él se retiraría. Mientras, el partido del PRI sigue anquilosado.

¿Qué sentiste cuando de pronto te viste frenado?


Yo no iba a cometer una indisciplina. Sólo estaba buscando que las cosas se hicieran de modos diferentes. Un día me habló Gustavo Carvajal, presidente del partido, para decirme que ya estaba tomada la decisión. Hasta entonces yo, cumpliendo con mi ofrecimiento anuncié que me retiraba porque ya había un candidato. Esto hizo que la decisión de la candidatura se adelantara a los tiempos tradicionales, puesto que era el único recurso que tenía el Comité Ejecutivo Nacional para que cumpliera yo mi palabra y me retirara.


¿Y crees que lograste algo con ello?


No lo creo. Sería un iluso al pensar que algo se logró realmente. La Federación hizo lo mismo designando un gobernador interino cuando Velazco Ibarra se vio obligado a pedir licencia y retirarse; luego vino el último candidato que se convirtió en gobernador con el mismo sistema: Rafael Corrales Ayala.


¿Por qué arriesgaste tanto, valió la pena?


Yo nunca descarté la posibilidad de acceder a la candidatura. Aun cuando sabía que era sumamente difícil, ese era mi sueño. Pero además si yo contribuía a que cambiara el sistema (aunque no me dieran el permiso, por llamarlo así), pero que se le diera a otro guanajuatense que hubiera hecho aquí su carrera política, con eso me daba por satisfecho. Incluso si mi propia carrera quedaba truncada…


Es hasta 1990. Casi diez años que quedas fuera de toda actividad política.


Si, cuando Miguel Montes vino a Guanajuato como presidente del Comité Estatal del Partido, me llamó y me invitó a colaborar con él como encargado del IEPES. (Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales) del PRI. Luego se decidió la candidatura de Ramón Aguirre, en marzo de 1991, y a los pocos días me invitó el presidente Salinas a ser candidato a senador. Lo fui en dos etapas, la primera de 1991 a 1993… Pedí licencia cuando Carlos Medina Plascencia me encargó la Secretaría de Gobierno… Luego regresé por dos años; terminé en octubre de 1997, y entonces tomé la decisión absoluta de retirarme del quehacer político.


¿Qué balance haces de tu vida política?


Creo que cumplí con lo que me tocaba, la única aspiración que quedó sin cumplir fue la de ser gobernador. Pienso que he tenido una vida rica en experiencias; mi experiencia política, aunque no haya logrado mi aspiración máxima, fue bastante satisfactoria. Algo que aprendí fue a ser tolerante con los demás… En fin –sonríe- Todo el mundo tiene su historia.

Ha pasado tiempo desde entonces y los recuerdos de Roberto Suárez Nieto son más escuetos que el revuelo que armó con su actividad política sigue siendo parte de la historia de Guanajuato.

17 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page