David Silveti - Te acostumbras a tener miedo si te juegas la vida todos los días
Actualizado: 16 dic 2020
DOCE CORNADAS EN ONCE AÑOS DE MATADOR
Enrique Tovar, Venezuela, acaba de ganar todos los trofeos; la mejor estocada, la mejor faena... En Caracas le dieron el trofeo a la mejor temporada. Ahora estará en Sevilla, España, toreando. Regresará a Venezuela, Colombia, Ecuador...México, su país; Guanajuato, su Estado.
Con sus 32 años, David Silveti tiene once de matador y doce cornadas, dos luxaciones de hombro, una luxación de cadera y seis operaciones en la rodilla que le han hecho estar inactivo cinco años.
Pues desde el día que tomó la alternativa, recibió un palotazo en la rodilla derecha que le lastimó los ligamentos internos. Se repuso, pero después se tropezó y se fracturó completamente los meniscos.
Es por eso que ha durado tanto tiempo de rehabilitación -trabajó un año entero con un aparato ortopédico que pesa casi dos kilos-, hasta llegar a tener la flexibilidad necesaria en su pierna para torear.
David Silveti ha estado muy lastimado, a pesar de lo cual se encuentra actualmente en el momento más ascendente de su carrera.
El suyo es un ejemplo brillante de valor y tenacidad. "Creo -dice convencido- que puedo dar más, artísticamente, porque tengo condiciones y confianza. Yo siento que me estoy identificando con el público, y que estoy empezando a imponer mi estilo. Es algo que lleva mucho tiempo que un artista, ya sea un pintor o un músico o un bailarín, logre implantar su forma de hacer las cosas".
UNA DINASTÍA DE TOREROS
Parado frente al espejo de su habitación donde lleva a cabo la ceremonia de su vestir, antes de partir a la plaza, Silveti responde, seguro y concentrado, mientras se pone una inmaculada camisa bordada sobre un pecho limpio donde cuelga un escapulario.
LM.-David, ¿Qué representa para ti pertenecer a una dinastía de toreros?
DS.- Pues desde luego un gran privilegio. Pero también es un compromiso fuerte, un reto. Porque no es nada más venir de una casa de toreros, sino respetar a dos grandes figuras del toreo que fueron mi padre y mi abuelo. En un principio, no puedo negarlo, esto me ha facilitado el camino; sin embargo, ha habido momentos en que ha sido un peso que tengo que cargar. Cuando he toreado en Madrid o en Sevilla, siempre me han querido comparar con ellos. El toreo es un arte, es una forma de expresión. Entonces cada quien tiene su manera distinta de sentir el miedo y de saberlo manejar. Hay toreros que han madurado muy pronto, y otros que hemos tardado un tiempo en madurar. Yo, por ejemplo, duré tres años de novillero, y ha habido compañeros míos que han durado seis meses. Entonces la madurez va llegando poco a poco, lo que hay que tener definitivamente es vocación. Vocación para saber soportar todos los obstáculos que representa la profesión que son muchos.
LM.- ¿Cómo actúa el miedo en un matador?
DS, - (Abotona su cintura y se acomoda los tirantes). Yo identifico inmediatamente la presencia del miedo, que es una pasión. Es muy rebelde, como todas las pasiones, y actúa de distintas maneras.
Algunas veces estás tranquilo, y otras veces es mucho el miedo que uno siente. Ahora que estoy toreando muy seguido, pues te acostumbras a tener miedo. No sé cómo explicártelo; siempre estás pensando en la próxima corrida y en superar tu mejor faena, y entonces es como te enseñas a manejar el miedo. Desde luego lo más bonito es controlarlo sin utilizar nada fuera de lo que es normal, como el alcohol y ese tipo de cosas.
Yo creo que uno de los embrujos de mi carrera es el hecho de jugarte la vida continuamente, lo que cualquier persona no se plantea todos los días. Hay que saber gozar la presencia del miedo, para saberlo controlar y superarte a ti mismo.
EL NIÑO QUE JUGABA CON LA MULETA
Continúa su tarea amarrándose el corbatín al cuello. Y tomando una aguja ya ensartada en el orden acostumbrado, cose con dos puntadas una cruz donde pende una medalla al frente del mismo.
LM.- ¿Y qué dice Laura tu esposa de todo esto?
DS. -Laura -evoca su nombre sin moverse-, Laura ha sido mi principal punto de apoyo, y desde que me conoce sabe perfectamente el sacrificio que es vestirse de torero.
Ha sido testigo de todo el proceso, ha vivido a mi lado momentos de fracaso, de incertidumbre, de glorias, pero desde luego ha sido una gran aliada. Ella es una mujer muy inteligente que ha sabido comprender mi situación y estimularme.
Laura en mi vida es un tesoro, una mujer maravillosa. La mujer de un torero debe tener un temperamento muy especial. Debe estar acostumbrada a estar mucho tiempo sola y a vivir momentos difíciles, rezando y esperando el telefonazo que le hará saber si hubo una cornada, un fracaso... Ella sabía que yo desde niño toreaba. Antes de jugar con una pelota, jugué con una muleta.
Yo empecé a torear como un juego, como torea mi hijo de tres años.
Mi casa siempre estuvo llena de fotografías de toros, de periódicos, de gentes, de opiniones... (se interrumpe dando una indicación mientras le calzan las zapatillas negras rematadas con un pequeño moño).
LM.- ¿Qué recuerdas de tu abuelo?
DS. - Yo tenía un año cuando él murió; sin embargo, he recogido de mi abuelo muchísimas anécdotas, todas ellas muy, muy hermosas, no solamente en México, sino en Sudamérica, donde él vivió muchos años, porque estuvo exiliado del país. Incluso participó en la Revolución Colombiana. A él le gustaban mucho los balazos y esas cosas... -Esboza una sonrisa haciéndole crecer por momentos los límites reducidos de su boca-. Mi abuelo era gitano.
Bueno, era hijo de un español y de una francesa pero nacido en Guanajuato. El abuelo de mi abuelo era italiano: Silveti. Mi madre es irlandesa... (Efectivamente, sus ojos cafés claros y su pelo castaño sobre una piel no demasiado apiñonada y una nariz respingada, le hacen a David Silveti un físico con distinción). De mi padre, la imagen que tengo es muy especial, porque casi no lo veíamos. Él siempre estaba toreando... No, me acuerdo cuando le tocó inaugurar la plaza de toros de esta ciudad, sólo recuerdo que un día nosotros veníamos de la escuela, cuando el Sr. Joaquín Leal nos dijo que mi papá había tenido un percance.
Le pegaron una cornada aquí. Y entonces le hicimos algunas visitas en el Sanatorio Aranda de la Parra. Vestido de torero sólo lo vi una vez: En San Juan del Río, precisamente cuando se lidiaba la primera corrida de la ganadería que tuvimos nosotros. ¿Me disculpas? Voy a persignarme y luego le seguimos -me dice mientras prende una veladora al frente de diferentes estampas, fotografías, rosarios, etc. Durante estos segundos, el torero susurra algo, toca, besa. Se concentra en su momento. Mientras, montera y capote esperan pacientemente.
LA SUPERSTICIÓN
Al terminar su rito, sus ayudantes sin perder tiempo le amarran la faja. Un elemento propio del vestido de torero. Aunque algunos ya prescinden de él. No así David, a quien no le gusta mutilar los elementos de tradición que son propios del traje de luces.
LM.- ¿Se podría decir que usas la faja por superstición?
DS. - No, y no soy una persona supersticiosa. Me parece que la superstición es como una falta de cultura, y además no hay supersticiones buenas. Todas las que conozco son malas. En los toros hay miles: que si es el gato negro, que si la víbora . . . Tantas cosas.
Todo es parte del miedo. Yo creo que es una influencia más que nada gitana, porque los gitanos estuvieron mezclados desde hace mucho tiempo en los toros, y ellos son muy afectos a todas esas cosas mágicas.
El tiempo apremia, le ponen el chaleco decorado a los lados en los mismos tonos azul claro y oro que la chaquetilla, llena de alamares.
Y ahí sale el torero con un terno de buen gusto. Regiamente ataviado, partiendo plaza. Para lidiarse una vez más contra un mamífero rumiante de negra piel y armado de cuernos ámbar. Para muletear con la derecha como con la izquierda. Para dar un estoconazo, sin antes ser enganchado por el toro, pero sin percance. Para al final cortar oreja y dar vuelta al ruedo. Para ser un torero con estilo clásico. Para medirse con la muerte... Para ser David Silveti.
2 Octubre/1988
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